Aureliano Urrutia y su Sanatorium en Coyoacán

Ana María Castro Velasco
Ana María Castro Velasco
Mis crónicas

El doctor Aureliano Urrutia, fue un personaje emblemático, un protagonista de luz y sombra, como muchos de los que vivieron durante los cruentos años revolucionarios. No sólo fue el brillante médico cirujano que superó con mucho los conocimientos científicos de su época, también fue identificado como el “brazo represor del régimen huertista”, en el período que el doctor Manuel Servín Massieu[1] denomina como “los cien días de cirugía social y terror” que enfrentó el país, cuando Urrutia fue Ministro de Gobernación de México, entre junio y septiembre de 1913, cargo que le fue otorgado por el usurpador Victoriano Huerta, en cumplimiento a una promesa realizada años atrás en los campos de batalla.

Quién fue Aureliano Urrutia

Aureliano Urrutia Sandoval nació el 6 de junio de 1872 en el pueblo de Xochimilco. Hijo de un par de indígenas oriundos de la zona, desde muy niño empezó a trabajar en el pequeño horno de pan que tenían sus padres para ayudarlos a costear sus estudios.

En su carácter, desde siempre, encajó a la perfección el viejo dicho de que “era ladino como los indios”, en el sentido de que no había obstáculo que se interpusiera entre él y sus anhelos o decisiones. Ello, traducido en terquedad y tesón, lo llevó a titularse como médico cirujano con altos honores en la Escuela Nacional de Medicina, a la edad de 23 años.

Ya desde esos tiempos los temas abruptos eran parte de su vida cotidiana, prueba de ello es el título de su tesis: La conservación de los cadáveres y las piezas anatómicas.  En 1900, después de un exhaustivo examen de oposición, en el que compitió con varios de los médicos más destacados del porfiriato, resultó triunfante y se hizo acreedor a su primer nombramiento como académico docente.

“Casado cinco veces, viudo, divorciado y padre de 18 hijos, a través de sus éxitos profesionales logró integrarse a la elite porfirista”[1], pues Porfirio Díaz, Presidente de la República (del 1º de diciembre de 1884 al 25 de mayo de 1911), lo designó representante de nuestro país en el XVI Congreso Internacional de Medicina en Budapest.  

Fue tal la admiración que Urrutia despertó en el general Díaz, que le dio instrucciones a Guillermo Kahlo -fotógrafo alemán que colaboró en sus grandes proyectos de intención cosmopolita y, por supuesto, padre de Frida Kahlo- para que filmara cuatro de sus intervenciones quirúrgicas; este documental llevaría por título “Así se opera en México” y sería parte del programa de los actos conmemorativos del Centenario de la Independencia Nacional.

Más tarde, incorporado al 3er. Batallón de Infantería del Ejército Nacional, quedó bajo las órdenes de Victoriano Huerta; a su lado habría de librar varias batallas, buscando acabar con los incipientes brotes rebeldes que exigían la renuncia de Porfirio Díaz quien, para entonces, se había convertido en un símbolo de la dictadura y el poder desmedido aunque también, justo es decirlo, en promotor de un México más moderno y rico en arte, cultura, ciencia y arquitectura.

Como nota al margen, debemos mencionar que el Presidente Díaz otorgó un gran apoyo al desarrollo científico del país, dentro del cual destacaron importantes avances médicos en los que, a veces de manera directa y otras indirectamente, nuestro personaje fue protagonista.

Pues bien, en 1901 y en pleno campo de batalla, Huerta sería testigo de una más de las proezas del joven cirujano, quien le salvó la vida a un sargento que fue herido en la garganta: ahí, al no contar con el instrumental quirúrgico necesario, succionó con su propia boca el coagulo de sangre que amenazaba ahogar al herido, según lo refiere Servín Massieu[2], quien asegura que fue por esa época en que se consolidó la amistad primero y después el compadrazgo entre estos dos personajes, íconos de la barbarie revolucionaria.

Para Cristina Urrutia, historiadora y nieta del cirujano, el hecho fundamental que los hace compadres está relacionado con que Huerta fue uno de sus primeros pacientes:

El médico narra que le salvó la vida al general, recién llegado a la ciudad de México, cuando un probable ‘absceso al hígado se abrió paso por los bronquios y asfixió al general’, afuera de la ‘Cantina de la India’. […] Urrutia siempre achacó a ese hecho su compadrazgo con el general.[1]

Por ese tiempo, asegura Cristina quien por cierto afirma que, de alguna manera u otra, para poder realizar un trabajo de investigación objetiva, tuvo que luchar contra la autocensura:[2]

Conforme se lo fueron permitieron sus ahorros, Urrutia fue adquiriendo diversos terrenos, principalmente rurales. En Coyoacán los compró con la intención de construir, poco a poco, un moderno sanatorio, con todas las ventajas propias del progreso, a 50 centavos el metro cuadrado.  El proyecto del hospital era muy costoso, por lo que comenzó con la limpieza de los terrenos y la edificación de una casa para la familia. [3]

Fotografía de Ana María Castro Velasco.

El antiguo nosocomio, convertido en sede escolar desde hace más de ocho décadas.

Urrutia en Coyoacán

Fue ese pequeño poblado, en aquel entonces periférico de la ciudad de México, hoy su corazón geográfico, con su maravilloso clima, su tranquilidad, su belleza natural y arquitectónica y su relativa cercanía a la sede del poder político del país, el que eligió para instalar su imponente “Sanatorium”, entre los límites de la colonia El Carmen y el viejo Barrio de San Mateo Huitzilopochco, del aún municipio de Coyoacán.

Al incipiente hospital y casa habitación, llegó la familia Urrutia Tazzer alrededor de 1905; seis años más tarde, cuando el galeno consideró que ya estaba a la altura de los mejor equipados y elegantes a nivel nacional e internacional, el nosocomio fue inaugurado por el Presidente de la República interino, Francisco León de la Barra, el 25 de septiembre de 1911.

El mundo de la ciencia, el arte, la cultura, la sociedad y la política solía reunirse todos los fines de semana en el lugar.

En ese inmueble, paradojas del poder, no sólo se salvaron vidas… también -cuenta la leyenda negra- se arrebataron otras; probablemente entre sus muros, adornados con lo más selecto del arte europeo y nacional, nacieron oscuras maquinaciones huertistas y ¿por qué no? ahí, entre brindis y brindis, se entablaron las alianzas políticas más poderosas y terribles de esa época.[1]

En efecto, el sanatorio quedó concluido a entero gusto y diseño del doctor: “brotaron toda especie de construcciones, unas pintorescas, otras fantásticas, pues en sus ímpetus artísticos solía Urrutia incurrir en cosas afectadas y un tanto caprichosas”[2], escribiría posteriormente su gran amigo, el escritor y periodista José Juan Tablada.

El aristocrático edificio pronto despertó admiración, envidia y cierta mofa entre la gente rica de abolengo, que no terminaba por aceptar dentro de su estrecho círculo social al “indio de Xochimilco” venido a más, como solían expresarse de él:

El ministro de Instrucción Pública, Justo Sierra, comentó a Joaquín Casasús, su futuro consuegro, en 1909: “¿Conoces lo que está haciendo en Coyoacán? No. pues debes conocerlo.  Ahí está el indio con toda su gran persona en cuerpo y alma.  Esa obra, nos dijo el general Díaz a Pepe Limantour y a mí, es obra de un gobierno y de un gobierno fuerte”. [1]

Fotografía de Ana maría Castro Velasco
Columna de acceso a la Escuela “Fundación Mier y Pesado”, en donde aún se puede leer la palabra “SANATORIO”.

Personaje de luz y sombra

Al margen de su errático deambular político, la presencia profesional de Urrutia se hizo sentir a lo largo de cuatro gobiernos presidenciales: la última etapa del porfiriato, el interinato de León de la Barra, el corto gobierno de Francisco I Madero y, obviamente, el de Victoriano Huerta. 

Ya cubierto por el oprobio pero conservando mucho de su ímpetu profesional, abandonó el país rumbo al exilio, y permaneció el resto de su vida en San Antonio, Texas, donde continuó ejerciendo con gran éxito la medicina y convirtiéndose en el primer médico a nivel mundial en separar a unas niñas siamesas en el año de 1917.[1]

Hoy en día, aún no existe certeza total acerca de cuántos o cuáles fueron los crímenes reales o los atribuidos al eminente cirujano; los historiadores no logran todavía dilucidar cuánto de cierto o mítico hay en torno a tan controvertido personaje, quien pudo haber pasado a la historia como el más sobresaliente cirujano de su época y, sin embargo, hoy es recordado como uno de los esbirros más crueles del gobierno huertista, al que se le adjudica más de un centenar de asesinatos políticos, entre ellos el del senador Belisario Domínguez, férreo crítico de Victoriano Huerta.

 El inmueble médico, orgullo del país en su momento por su diseño arquitectónico y su moderno equipamiento quirúrgico e instalaciones sanitarias, pronto se convirtió en un icono de la leyenda negra en torno al médico xochimilca. En otra entrega, describiremos algunas de las características de lo que en ese momento se conocía como el “Sanatorium Urrutia”.

Aureliano Urrutia Sandoval, falleció en San Antonio, Texas, el 14 de agosto de 1975, a la edad de 103 años. Su vida osciló entre el reconocimiento como hacedor de prodigios quirúrgicos y ejecutor político deleznable: así de grandes fueron sus devociones; así de profundas fueron las polémicas que lo torturaron hasta el último de sus días.

Fotografías de Ana María Castro Velasco.

NOTA. Para más información sobre este tema y otros relacionados con la historia, personajes, arquitectura y patrimonio inmaterial y material coyoacanense, le invitamos a que nos visite en el Centro de Investigación y Documentación Histórica y Cultural de Coyoacán, en el primer piso de Jardín Centenario número 16, colonia Villa Coyoacán.


[1] Servín Massieu, Manuel, Tras las huellas de Urrutia ¿Médico eminente o político represor? México, 2005, Plaza y Valdés.

[2] Urrutia Martínez, Cristina. Aureliano Urrutia del crimen político al exilio, Colección Tiempos de memoria. México, 2008, Ed. Tusquets. Pág. 16

[3] Servín. Pág. 25.

[4] Urrutia.  Pág. 53

[5] Soy consciente de que no es fácil narrar una historia que ya se ha contado de otras formas y que está incrustada dentro de la vasta bibliografía de la Revolución Mexicana. Pero también siento que existen nuevas formas de narrar el pasado, a partir de la metodología, con un marco teórico alternativo, utilizando la historia oral y las fuentes que se encuentran en archivos de la familia, explicaría la nieta de Urrutia.

[6] Urrutia.Pág.71

[7] Castro Velasco, Ana María. Palabras de presentación del libro “Tras las huellas de Urrutia ¿Médico eminente o político represor?, de Manuel Servín Massieu. Museo Nacional de Antropología e Historia. 18 Feria del libro de Antropología e Historia.  11 de septiembre 2006.

[8] Tablada, José Juan. Obras. Diario, 1900-1904. UNAM, 1986.

[9] Ídem.

[10] Urrutia. P. 16

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