Hace 500 años, el 13 de mayo de 1524 cuando desembarcaron en San Juan de Ulúa, Veracruz los doce frailes franciscanos investidos con facultades papales estando al frente fray Martín de Valencia quién se caracterizó por ser materialmente austero. Fueron: “Las Doce Antorchas”, haciendo alusión al número de apóstoles con la misión de difundir en estas nuevas tierras la fe católica enviados por el papa Adriano VI, atendiendo los deseos del invasor Hernán Cortés, a quien le urgía al emperador Carlos V que le mandara cada vez a más frailes para acelerar la cristianización y acabar con la religión prehispánica basada en la madre naturaleza.
Al respecto Manuel Rivera Cambas quien afirmaba: “A México, en 1524 con fray Martín de Valencia comisionado del Papa para entender en el gobierno eclesiástico de la Nueva España donde los 12 padres de la misma orden asistieran a la primera junta presidida, acerca de cuál sería la situación que conservasen los indígenas después del bautismo”
Así también, el sacerdote Salvador Escalante Plancarte, párroco de Amecameca afirmaba: “Jamás (fray Martín de Valencia) quedaba satisfecho de la pobreza alcanzaba siempre afanándose por adquirirla mayor. Siempre anduvo descalzo, vestía tan solo un hábito y, con extremado rigor martirizaba sus carnes con ásperos silicios de cerdas y púas de acero”
Durante varias semanas los portadores de la fe cristiana se trasladaron a través de escabrosos y sinuosos caminos de donde desembarcaron a la ciudad de Tenochtitlan portando sus frágiles sandalias y hábitos desgarrados por el tiempo, y en muchos casos hasta descalzos, pero con la encomienda en el corazón de convertir a los indígenas a la evangelización.
Comentan las crónicas que Hernán Cortés se encontraba en Texcoco donde recibe la noticia de la llegada de los frailes: ”Recibida la noticia, quién reúne a los principales caciques, al frente de los cuales marcha el tlatoani (emperador) Cuauhtémoc quienes van a su encuentro en el cuello de los volcanes (hoy conocido como “Paso de Cortés”), al verlos aproximarse, se apea, y Cortés se arrodilla ante fray Martín de Valencia para besarle la mano, pero como éste al rehusase, solo logra besarle el hábito”.
¿Por qué los frailes repudiaron a Cortés a sus secuaces?, estos ya tenían conocimiento de las arbitrariedades que había ocasionado tanto Hernán Cortés y Pedro de Alvarado con los indígenas, así como la destrucción de Tenochtitlan y el sometiéndolos al trabajo forzado en la construcción de fincas, casonas y templos.
Por otro lado, el cronista de Texcoco, Ramón Cruces Carvajal comenta que a la llegada de los frailes Hernán Cortés se hizo acompañar por Ixtlilxochitl, demás de algunos señores mexicas e hispanos, entre ellos el fraile flamenco Pedro de Gante o de Moor, pariente cercano de Carlos V, tío del monarca, quienes llegan a encontrarlos en las costas de Chalchiucuecan, sitio de la Villa Rica de la Vera Cruz, (hoy Veracruz) el 30 de agosto de 1523.
Semanas después de penurias, los franciscanos llegan a Texcoco para embarcarse a la enorme laguna de aguas saladas y poder entrar el 17 de junio a la recién destruida Tenochtitlan. Los frailes “Venían provistos de la famosa bula Omnímoda. Esto es, del breve papal Exponi nobis nuper fecisti (10 de mayo de 1522), que contenía no sólo amplísimas facultades eclesiásticas pontificias, sino además un genuino mandato apostólico para establecer canónicamente la iglesia en estas tierras de la Nueva España”.
“A la llegada de estos Doce Franciscanos a Texcoco, advirtieron que aún habían muchos templos indígenas en los cuales se celebraban ritos religiosos de acuerdo a la tradición prehispánica con ofrendas de animales y plantas, con cantos y danzas, por lo que fray Martín de Valencia, extrañado de que a pesar de que los frailes flamencos llevaban ya nueve meses de permanecer en Texcoco y haber iniciado los primeros intentos de la evangelización, preguntó a fray Juan de Tecto el por qué se seguían celebrando culto a la idolatría entre los indígenas, a lo que el misionero flamenco contestó: “Aprendemos la teología que de todo punto ignoró San Agustín”, él se refería al aprendizaje de la lengua náhuatl para poder emprender la tarea de convertir a los naturales”.
Dada la inmensa región para evangelizar resuelven los frailes distribuirse en cuatro grupos para abarcar 20 leguas a la redonda de la gran ciudad y establecerse en los centros urbanos más importantes, donde escogen por consiguiente la ciudad de Tenochtitlan, y Texcoco para atender el Valle de Anáhuac y sus colindancias, además de Tlaxcala y Huejotzingo.
Sin conocer el lenguaje indígena (el náhuatl) se ganaron el corazón de los naturales, posiblemente por su sencillez en el trato, su pobreza en el vestir, su bondad en sus acciones; con firmeza y arrojo defendieron a los indígenas de las injusticias y atropellos que en su contra cometían los encomendaderos españoles. Entre éstos, no se apreciaba el lujo y la arrogancia que se caracterizaban los españoles; no codiciaban el oro y la plata. Su entereza fue determinante, no solo en que conozcan la doctrina evangélica, sino también fundaron colegios para que aprendieran los indígenas las artes y oficios, como el templo de San Bernardino de Siena, en Xochimilco.
La labor fue loable, esto lo confirma don Jesús Romero Flores quien reconoce la labor franciscana: “Hombres de espíritu abnegado supieron llevar hasta el corazón de la más intrincadas serranías una palabra de aliento a la raza oprimida…, fundan colegios (…) caminaron con sus sandalias desde Guatemala hasta las Californias y se desmayaban en el camino de hambre y de cansancio”.\
La huella que deja Fray Martín de Valencia “el santo barón”, como lo describe el cronista de Chalco-Amecameca, San Antón Muñón Chimalpahin, dejó presente con la erección de conventos en el Sureste de nuestra Ciudad de México, así como en Xochimilco, Municipio de Chalco y Milpa Alta donde además su palabra fructificó entre los indígenas. Lo cual se comenta que en el mes de mayo de 1535 da inició la edificación del convento en honor a San Bernardino de Siena, en Xochimilco, a iniciativa de los frailes Francisco de Soto, uniéndose a este proyecto Martín de Valencia y Francisco Jiménez, más tarde se sumaron los frailes Bernardino de Sahagún y el Padre Mendieta. El inmueble fue terminado e inaugurado el 20 de mayo de 1590. Fueron 55 años de edificación.
Otro legado de los seráficos está presente en la plantación los árboles de olivo que aún se localizan en los poblados de San Juan Ixtayopan, alcaldía de Tláhuac y en Santiago Tulyehualco, Xochimilco, quienes debido a las condiciones de la zona lacustre se reprodujeron estupendamente a lo largo de dos kilómetros donde se cosechaba copiosamente su fruto para la obtención de aceite utilizado por los religiosos en ceremonias religiosas.
Como vemos, fray Martín de Valencia consumó el espíritu cristiano de sacrificio conjuntamente con sus abnegados compañeros frailes: Francisco de soto, Martín de Coruña, Juan Suárez, Antonio de Ciudad Rodrigo, Toribio de Benavente, García de Cisneros, Luis de Fuensalida, Juan de Ribas, Francisco Jiménez, Andrés de Córdova y Juan de Palos.
Establecidos en la naciente ciudad de la Nueva España se sometieron durante un año a la oración, meditación, organización y reflexión, elementos espirituales para la construcción del primer convento “edificado en el sitio en que, según algunos historiadores, se encontraba el jardín donde Moctezuma hacia guardar multitud de animales raros por su hermosura y su fiereza”
La labor espiritual de los frailes no fue fácil al encontrar entre los nativos una religión sustentada en la naturaleza, conocida como “cosmogónica”, por lo que les fue imposible en tan poco tiempo realizar sus propósitos evangelizadores. A la fecha aún observamos danzas prehispánicas en días de fiesta patronal..
Fray Martín de Valencia fallece el 21 de marzo de 1534, justo en el momento cuando lo llevaban enfermo en canoa “de un dolor de costado”. A la salida del pueblo de Ayotzingo, Municipio de Chalco, Estado de México con rumbo a la ciudad virreinal cuando sucumbió entre la flora y fauna de la zona lacustre del lago de Chalco.
En tan solo diez años de vida y arduo trabajo del franciscano se le recuerda por la defensa y el amor al indígena a pesar de no dominar la lengua, el náhuatl, diseñaron conjuntamente con los alarifes y el apoyo de los indígenas la construcción de conventos, iglesias y ermitas que aún vemos en los doce pueblos de Milpa Alta, Tláhuac y Xochimilco, entre otros lugares de la ciudad de México.
Se comenta que los restos del franciscano se encuentran depositados en el convento de Tlalmanalco, Estado de México, otros aseguran que en la cúspide del Cerro de Texcalco, conocido como Cerro de Sacromonte en Amecameca.
A la memoria de este insigne religioso podemos observar cuatro monumentos de bronce y de cantera en la cima del Cerro de Sacromonte, en el centro de Tlalmanalco donde lleva su nombre una de las principales avenidas del lugar, uno más frente a la catedral de Chalco y en el atrio del ex convento de Santa Catarina Mártir en el poblado de Ayotzingo donde lleva su nombre la plaza cívica.
Presidente del Consejo de la Crónica en Milpa Alta.
Bibliografía:
Cruces Carvajal, Ramón
La obra educativa de Pedro de Gante en Tezcoco
Cronista de la ciudad de Tezcoco, México, s/f.
Escalante Plancarte, Salvador
Párroco de Amecameca
Fray Martín de Valencia
México, 1945.